Y sigamos con el texto de mi blog... el que escribí durante el proceso. Lo hago por fidelidad, porque a veces -como hoy domingo en el que amanezco sin niños porque duermen en casa de la abuela, y estoy feliz porque la vida da para todo, y cuando es tiempo de cosechar lo sembrado con tanto esfuerzo, paciencia y constancia es una fiesta del espíritu; hoy, que me siento tan joven, que me parece raro estar muy cerca de cumplir cincuenta años- me parece más raro aún (¡y cuánto!) que haya tenido cáncer. -¿Yo? ¿Cáncer? ¿Quién dijo eso?- y entonces sin querer mi brazo roza la piel insensible bajo la axila, se siente un bulto como una lengua gorda recién salida del dentista y me digo -¡Oh, si, todo eso pasó y hace apenas un año!-. Por eso, como ocurre que la vida corre tan de prisa y el día es agua de un río apresurado que se desliza entre las piedras, lo pasado vale poco menos que la orilla de una página y escritos como éste, son los que organizan la memoria y atesoran el porvenir.
COMENZANDO POR EL HILO
Comencé hablando de la operación y terminé hablando de la
risa. Aquí estoy, a tres semanas de la
misma, con la sonda plástica que me cuelga de un costado y sirve para
drenar los líquidos del músculo de la espalda que fue removido. Yo pensaba que
este tiempo de “pausa” y reposo sería útil para terminar muchos de mis
proyectos por escribir, poemas, capítulos de la serie de televisión, corregir
el guión de la película, en fin, que tenía una agenda apretada para mis días de
“ocio” forzado. ¡Tres semanas en casa! El horror, me parecía, a no ser que me
salvara mi útil computador portátil con sus tantas páginas por escribir…
Y ocurre que, desde el día en el que llegue a casa hasta
hoy, no he tenido ni ganas ni cuerpo ni mente para siquiera prender el
computador y comunicarme vía internet por ese aparato. Gracias al teléfono de
la nueva era y mi habilidad con los pulgares recientemente desarrollada para
escribir en ese miniteclado, he logrado escribirles a mis amigos y familiares,
y mantenerme al día con alguna correspondencia. Más nada. Algún poema escrito
también desde ese mismo teclado… de resto, ha sido inútil: lo único que he
tenido ganas de hacer es ver televisión con el control remoto cercano, mirar
películas en DVD, echar sueñitos, y mantenerme en posición horizontal. Los días
pasan rápidamente, y muy pronto se hace de noche, y otra vez es el día
siguiente, y yo no me canso de descansar. Entiendo por qué hay gente que se
queda echada en su casa sin hacer nada: ¡esto tiene de veras un gusto tremendo
y ya me estoy haciendo adicta al “dolce no fare niente”!