miércoles, 29 de febrero de 2012

MIS PRIMOS

El próximo sábado mis tíos celebrarán 50 años de casados, y eso ya es una alegría definitiva, porque estar 50 años juntos, de la mano, acompañándose en las buenas y en las malas como reza en el lema, es un destino reservado para pocas parejas. Pero estoy doblemente feliz, porque ese día, sorpresivamente, estarán juntos mis seis primos, quienes desde hace años viven en lugares tan distantes entre sí como China, o Argentina, o Estados Unidos... Sólo faltaría mi hermana Milagros que vive en Miami y no podrá venir, para completar la foto de los diez... pero estoy segura de que en esa foto, todos en fila y en un pasillo de mi mente, atraparemos algo del candor de la infancia.
Estoy plena, porque somos una familia que se quiere, que se celebra, que se escucha, que se abraza, que se sostiene. Donde la felicidad de uno es la alegría del otro, donde los almuerzos familiares son instantes de dicha, y donde, a pesar de las distancias, nos seguimos la pista los unos a los otros. Son mis primos, aquellos con los que compartí juegos en el pasillo de una casa, aventuras en una selva inventada, planes de ataque entre hembras y varones. Mis primos, con los que comí dulce de leche en Coro y me zambullí en los ríos oscuros de Tucupita, escribí diarios que intercambiaba de mes a mes y recorrí largas distancias para verlos; los mismos con los que construí casitas de madera donde curábamos insectos. Los mismos también los que, hace un año, intercambiaron conmigo cartas de aliento y me siguieron la pista día a día en la enfermedad.
Uno de ellos, Sergio -mi primo mayor-, fue un estupendo interlocutor epistolar. Para mi sorpresa, fue una de las personas con las que compartí mis dudas y mis interrogantes más profundas, en el momento de verdadero vértigo (esos primeros días en los que se conoce la noticia de "tienes un cáncer" y uno siente que el mundo se termina). Nunca me imaginé que sería él, mi primo, el más tímido quizás, el que hace años veo sólo de Navidad en Navidad -y no en todas-, quien calmaría la sed de palabras que sentí en esos momentos. Fueron varias las cartas que viajaron por el teléfono -pues aún no era capaz de escribir en la computadora, sólo podía escribir a través de ese teclado incómodo de un teléfono celular, como si, por pequeño, el teléfono pudiera esconderme del mundo real y de la noticia que no terminaba de digerir...-.
Así que este sábado, tendré la dicha de verlos a todos. La dicha de pararme entre una puerta y un teléfono, en el pasillo de otra casa, para tomar esta instántanea que ha permanecido imborrable en nuestras vidas. La dicha de abrazarlos con la complicidad de quien sabe que ha pasado un año importante. . un año que cambió nuestras vidas.


Y aquí están las tres fotos históricas...



martes, 21 de febrero de 2012

El Clan de la cicatriz

Hoy sólo escribo por hoy y no les traigo un texto del pasado. Les traigo mi reflexión del día de hoy...

Pertenezco al clan de la cicatriz. No sabía de su existencia, ni tenía intención alguna de participar hasta que hace unos años leí en el libro "Mujeres que corren como lobos", y me llamó mucho la atención... Entonces quise hacer una reunión, bella, lozana, de mujeres amigas que engrosarían la lista de mi propio clan de la cicatriz (pensaba entonces en las cicatrices del alma, profundas, dolorosas, escondidas bajo la piel de la memoria, que al ser compartidas, se vuelven sutiles y hasta inocuas). Hice mentalmente esa lista muchas veces, planifiqué el día en el que nos íbamos a reunir, cociné mentalmente pasteles y dulces variados y me entretuve en imaginar qué actividades realizaríamos para exorcizar, cual brujas, las heridas del alma. Como muchos pueden imaginar, nunca invité a ese selecto grupo de amigas a la primera reunión de mi propio clan de la cicatriz... el tiempo pasó, ocupada en mi cosas, y tiempo después la vida me trajo mi verdadero clan de la cicatriz. Este: el de un cáncer de mama, una masectomía bilateral y la reconstrucción de una mama.
Ahora, cuando pienso en cicatrices, me paso la mano por la espalda, o toco con la yema de los dedos el gran círculo de piel que ostento en un pecho. Allí han crecido, se han suavizado, se han enrojecido o inflamado los bordes de una piel unida por puntos, una piel que no olvida -a casi un año de haber sido operada-, una piel como por parches, insensible o sentida... una nueva píel trastocada y transmutada.
Y no es para compadecerse, no busco eso con esta confesión. Es que hoy, día en el que ha muerto un ser querido a causa de un cáncer de pulmón, me siento mucho más vulnerable. La cicatriz me lo confirma. Hoy, que amo los segundos, que respeto los minutos como si fueran horas, me siento frente a mi vértigo y me digo asombrada: -¡Pudiendo morir, estás viva!-. Y ciertamente, la muerte es algo que no avisa, ni llega justamente en el momento oportuno, y a cualquier nos puede pasar. Pero si perteneces al clan de la cicatriz... aún cuando bailes de felicidad y gozo porque eres afortunada, y has vencido días aciagos... nunca podrás olvidar el desamparo y la fragilidad de no saber si la vida continúa.
Y esto es algo que rara vez se puede compartir, porque, una vez superados los obstáculos de la enfermedad, una vez encaminada en la ruta de la recuperación, te dan golpes en la espalda y te dicen "qué bien te ves", sin esperar respuesta porque una buena cara lo dice todo. A muy poca gente le gusta escuchar la ristra meticulosa de preguntas, quejas, amagos o letanías de alguien que ha padecido una enfermedad grave. Y las que hemos vivido la experiencia, aprendemos a seleccionar con cuenta gotas, a juzgar por una primera respuesta, cuándo alguien está verdaderamente dispuesto a escuchar. Es por eso que, ahora sí, el clan de la cicatriz sería el mejor lugar para mostrar las heridas y reír de los abismos. Y es por eso que, a través de internet, alzo la voz para que llegue a otras mujeres que llevan escondidas sus propias cicatrices bajo la experiencia intensa e imborrable de un cáncer de mama, o una enfermedad que se le parezca. No sé porqué, pero mostrar la herida de una batalla, dignifica al soldado... (y bravo por esos proyectos fotográficos que muestran a mujeres que han perdido sus pechos!!).


martes, 14 de febrero de 2012

PAUSA PARA LA RISA




Dejé de escribir por unos días. Esto ha sido un torbellino, idas y venidas al médico, exámenes, sustos, esperas. Finalmente llegó la operación más grande, la mastectomía y la reconstrucción del seno. Hace quince días que estoy convaleciente en casa y pensaba “usar” estos días de ocio en cosas productivas, tanto trabajo en el computador que me espera, episodios por escribir de mi serie de televisión, otros por corregir, buenos libros por leer, y este escrito. Pero han pasado quince días, quince cortos e increíbles días en los que no he hecho nada “que valga la pena” sino descansar en la cama, ver televisión, hablar por teléfono y comunicarme por mensajes de celular. ¡Increíble! Quién lo iba a creer que podría estar pasivamente en una cama sin que nada me haga mover. El cuerpo me lo pide, la cabeza también, y he dejado que ocurra. A esto se refiere la entrega...
La operación fue más fácil de lo que esperaba, los días de la clínica también. Me colocaron una anestesia epidural que en principio no quise, pero luego agradecí, porque los tres días que pasé en la clínica no sentí dolor alguno.
La anestesia, ¡un coctel que adoro!. Cuando abro los ojos soy “Sonia en versión mejorada” porque el amor y el humor me aumentan a un límite desconocido. Quiero eso que descubro en el fondo de mi alma para mí, pero todos los días y sin necesidad de un coctel… Quiero hacer humor y amor como Aquiles Nazoa, de cosas y casos, fácilmente, tan fácilmente como me vienen a la mente esas frases que tanto hacen reír cuando me relajo y echo mis cuentos.  Nunca me reconocí como “humorista”  sino más bien como "una persona seria", que había heredado esta comisura en la boca a cada lado que habla de “una boca seria” (¡bien seria! y mejor no pensemos en el refrán ese de: "cara seria..."). Sin embargo, una vez descubrí que mis cuentos hacían reír y que a veces en mis obras de teatro desplegaba esa capacidad de reírme de mi misma, contando de manera graciosa los momentos difíciles que me tocaba vivir. Recuerdo mi gran asombro cuando en el estreno de “Mujeres a cuatro manos” la gente se reía abiertamente durante la obra. Y no que se reía una o dos veces, sino que les resultaba extremadamente gracioso lo que a mí me parecía patético y triste.”¿De qué se ríen?” pensaba el día del estreno, mientras actuaba. “¿Están todos locos?”. Luego entendí que la obra estaba llena de humor, y que era una cualidad  poderse reír en público de las propias miserias...
Pero ahora, a raíz de esta enfermedad, y del asunto de las anestesias –y de mi desbloqueo a causa de las mismas- me pregunto cómo hacer para sacar a flote todas esas dosis de “humor y amor” que tengo almacenadas en mi inconsciente… no digamos en una obra de teatro, sino en la vida cotidiana  ¿Dónde estará la palanca, el botón o la fórmula mágica de la risa? ¿alguien lo sabe?

lunes, 6 de febrero de 2012

PASEO POR EL QUIRÓFANO


En poco más de un mes y medio, entre abril y mayo del 2011, pasé tres veces por el quirófano. Primero para la biopsia, luego para sacar y examinar los ganglios centinelas y por último, para la mastectomía. He aquí lo que escribí entonces...


LOS CENTINELAS
Fui a la operación del ganglio centinela entre humilde, tranquila y resignada. Me acosté en mi camilla, puse mi brazo, saludé con cariño a las enfermeras, incluso tuve la entereza de dar algún consejo maternal… esperé a que la anestesia se hiciera cargo de mí, sonreída, mansa, entregada. Todo terminó muy rápidamente, y otra vez estaba con los ojos abiertos, viendo la hora, preguntando qué tal habían salido los ganglios en el primer exámen. El doctor me dijo que todo bien, que los ganglios eran tres y que habían salido negativos. Me duele aquí bajo la axila, pero nada extremo. Llego a casa, cansada y hambrienta, me acuesto, espero. Pasan los días y el dolor en el músculo del hombro se hace casi insoportable, por alguna razón subo el hombro para no rozar la axila, y este gesto que hago sin pensar, al pasar los días, me ha causado una tensión enorme en el cuello, en el hombro, en el brazo, a tal punto que me duelen hasta las puntas de los dedos. Esto me lleva a sentirme muy mal, a perder la paciencia –toda aquella que puse y extendí como mermelada sobre un pan cuando me acosté en la mesa de operaciones- y estoy baja de humor, cansada, y algo triste. Otra vez me pongo a pensar en cosas futuras –¡malo! ¡Muy malo!- y pienso que si esto es una simple cortadita y me molesta tanto, cómo será cuando me quiten todo el pecho y tenga dos heridas, y unos tubos saliendo de mi pecho y de mi estómago, y cuatro semanas de reposo…

ME PREPARO
Me preparo para la mastectomía, que será este martes, si la gripe me lo permite. Hace tres días que este virus me mantiene tendida en la cama. Mocos, estornudos, y un cansancio total. Me pregunto si me podrán operar así como un guiñapo… pues apenas faltan dos días para la operación. Del ganglio ya estoy recuperada, aún tengo los puntos, que me los quitarán el mismo martes cuando esté dormida.  
Ya se han despejado todas las dudas sobre el resultado final de los exámenes de los ganglios, y salieron negativos, lo que quiere decir que me colocarán una prótesis y no un expansor, pues ya no harán radio. La quimio aún no está descartada.  Pero entiendo que la noticia de los ganglios es muy positiva.
La preparación para la operación mayúscula es muy simple y me viene sin siquiera prepararlo: lloro a mares. La tarde antes de la operación, luego de una pelea sin sentido y por puro nervio con mi esposo, donde terminamos ofuscados y medio gritándonos en el tráfico, me bajo del carro, furiosa, encendida, y en vez de subir al apartamento me planto en el patio del edificio a llorar. Lloro a mares. Nada ni nadie me contiene. Lloro como si se me hubiera muerto alguien. Lloro por algo. Por todo. Lloro como por alguien muy querido. Lloro como si un gran amor se hubiera ido. Lloro a cántaros sin peso ni gloria, sin rendirle cuentas a nadie, sin que ni siquiera yo misma me entere. Lloro por esa parte del cuerpo que mañana en la mañana no será mía. A mi lado, silencioso, se acerca Gori y me abraza, y entonces lloro sobre su hombro. Me seco las lágrimas y me sueno los mocos. Y ya estoy lista para la operación. Realmente estoy lista.