Dejé de escribir por unos días. Esto ha sido un torbellino,
idas y venidas al médico, exámenes, sustos, esperas. Finalmente llegó la
operación más grande, la mastectomía y la reconstrucción del seno. Hace quince
días que estoy convaleciente en casa y pensaba “usar” estos días de ocio en
cosas productivas, tanto trabajo en el computador que me espera, episodios por
escribir de mi serie de televisión, otros por corregir, buenos libros por leer,
y este escrito. Pero han pasado quince días, quince cortos e increíbles días en
los que no he hecho nada “que valga la pena” sino descansar en la cama, ver
televisión, hablar por teléfono y comunicarme por mensajes de celular. ¡Increíble! Quién
lo iba a creer que podría estar
pasivamente en una cama sin que nada me haga mover. El cuerpo me lo pide, la
cabeza también, y he dejado que ocurra. A esto se refiere la entrega...
La operación fue más fácil de lo que esperaba, los días de
la clínica también. Me colocaron una anestesia epidural que en principio no
quise, pero luego agradecí, porque los tres días que pasé en la clínica no
sentí dolor alguno.
La anestesia, ¡un coctel que adoro!. Cuando abro los ojos
soy “Sonia en versión mejorada” porque el amor y el humor me aumentan a un
límite desconocido. Quiero eso que descubro en el fondo de mi alma para mí, pero
todos los días y sin necesidad de un coctel… Quiero hacer humor y amor como
Aquiles Nazoa, de cosas y casos, fácilmente, tan fácilmente como me vienen a la
mente esas frases que tanto hacen reír cuando me relajo y echo mis cuentos. Nunca me reconocí como “humorista” sino más bien como "una persona seria", que había heredado esta comisura en la
boca a cada lado que habla de “una boca seria” (¡bien seria! y mejor no pensemos en el refrán ese de: "cara seria..."). Sin embargo, una vez descubrí que mis cuentos hacían reír y que a veces en mis obras de teatro desplegaba esa capacidad de reírme de mi
misma, contando de manera graciosa los momentos difíciles que me tocaba vivir. Recuerdo mi gran asombro cuando en el estreno de “Mujeres a cuatro manos” la gente se
reía abiertamente durante la obra. Y no que se reía una o dos veces, sino que les resultaba extremadamente
gracioso lo que a mí me parecía patético y triste.”¿De qué se ríen?” pensaba el
día del estreno, mientras actuaba. “¿Están todos locos?”. Luego entendí que la
obra estaba llena de humor, y que era una cualidad poderse reír en público de las propias miserias...
Pero ahora, a raíz de esta enfermedad, y del asunto de las
anestesias –y de mi desbloqueo a causa de las mismas- me pregunto cómo hacer para
sacar a flote todas esas dosis de “humor y amor” que tengo almacenadas en mi
inconsciente… no digamos en una obra de teatro, sino en la vida cotidiana ¿Dónde estará la palanca,
el botón o la fórmula mágica de la risa? ¿alguien lo sabe?
Aunque parezca mentira Sonia, creo que la risa hay que llamarla. Tratar de reirse, aligera el alma y es mas facil volver a reir, reirse de uno mismo. La risa que sale forzada al brotar arrastra mucho del peso que tapó, en algún hueco escondido del corazón, la facilidad para el humor...Cuando podemos volver a enfrentar nuestros pesares... recuperamos la capacidad de reir
ResponderEliminarSi, tía, la risa hay que llamarla. Me parece una buena idea. Por cierto, una idea que me acompañó mucho durante mi estadía en las clínicas, fue ese cuento tuyo de que a ti "las clínicas te parecen hoteles", así que yo pensé lo mismo: "mmmm, estoy en un hotel, en un spa, tomando unos días de descanso" y en muchos momentos sentí que era verdad. Esa imagen fue especial.
Eliminar